Espejo

Espejo

Ayer me preguntaron por Mariana,

por sus sueños, costumbres y manías,

por su sonrisa vaga.

No supe qué decir.

Sé poco o sé nada.

Sé que es una mujer

redimida al repicar el alba,

que se entrega a tareas cotidianas,

a rutinas baratas,

a vigilias perpetuas,

a empresas desatinadas,

a batallas de antemano perdidas,

a fatigas innecesarias.

Y sé que a veces sueña ser gaviota

y en el viejo desván de los recuerdos

esconde sombras de inutilidades,

cintas apolilladas, mariposas

de mil descoloridas alas rotas.

Sé que es una muñeca de papel

girando al acorde de la eterna

cajita de cristal de la ilusión.

Ayer me preguntaron por Mariana,

esa mujer que algunos conocen,

que escribe versos

y teje estaciones para sobrevivir.

Esa amiga que suele aparecer

al despertar la noche en sus luceros,

buscando la tertulia de las siete

con poetas febriles,

con amigos cansados de aguardar

un cambio que no llega.

Ayer me preguntaron por Mariana,

esa figura pequeña

que iba llevando de la mano

a un niño hermoso y triste

con su cruz de cenizas en la frente

y temblor en los labios.

Preguntáronme ayer

por aquella Mariana que espera la partida

en cualquier estación de la locura

y se cubre de escarcha serpentina

para olvidar cansancios,

para ahogar ensueños,

para evadir nostalgias,

para volar junto a los barriletes,

para rodar al ritmo de los años.

Ayer me preguntaron por Mariana,

esa mujer que esconde la ternura

entre la fiel almohada

y los pliegues de un sueño herido de nostalgia.

No supe responder.

Sé poco o sé nada

de aquel espejo gris

que algunos llaman Mariana.