No quiero melodramas

cuento ganador del I Concurso Internacional de Narrativa Breve "Habla de tu aldea"

por Gustavo Sabas del Pino

Alicia lo ha comprendido de golpe: está en un funeral. Ha habido un instante en que lo ha visto todo claro, un instante en que todos los indicios que tiene ante los ojos - la lúgubre espera, las empleadas caminando erguidas de un lado a otro, las pizarras eléctricas, la congregación de la familia - se han reorganizado, se han vuelto a dibujar, se han hecho palabras. Es algo que Mauricio le hizo ver desde principio, desde los tiempos de la Facultad y de las largas caminatas por la calle 23: las cosas nunca son ciertas, nunca son sólidas y contundentes hasta que se hacen palabras. Hasta entonces se pueden obviar evidencias, vivir tranquilo, después ya no. Y ver ahora precisamente a Mauricio tras el cristal, ver aquel rostro que aún parecía esperar alguna salvación, es una de las evidencias que debieran poder obviarse, ahora puede y debe comprender que esa muerte se les había estado acercando lenta pero impúdicamente desde la tarde en que Mauricio llegó a casa y tiró sobre la mesa un mustio papelito lleno de cuños y de caracteres mecánicos: “Mira esto”. Ella lo leyó y no quisieron decir más nada porque ya había pasado mucho tiempo desde que convinieron que el verbo es una bestia muy peligrosa, pero esa noche fueron más detenidas las caricias y hubo gemidos que parecían retumbar en toda La Habana, y Alicia recuerda haber clavado más fuerte las uñas en la carne que muy pronto se le haría inasible. Mauricio lo dejó bien claro desde el principio: No quiero melodramas, me ha llegado el momento y no quiero profanarlo con la burda repetición de tantas personas en esta ciudad, así que a Alicia no le quedó otro remedio que no comprender, que levantarse cada mañana diciéndose "No pasa nada", ensayar su rostro más apacible, evitar sutilezas inoportunas. Impronunciada quedaba la idea de que llegaría el momento, lo quisieran o no, en que todos iban a hablar de él en un pretérito devastador. Dirían: Mauricio siempre se irritaba con el polvo excesivo de aquella construcción, a Mauricio le fascinaba el dulce de guayaba con queso, etcétera. Él, de momento, se limitaba a encajonar sus pertenencias y anotar nombres por fuera, dale a Ricardo este disco, es el Nirvana de nuestra adolescencia, Nevermind, dile a Javier que por nada del mundo deje de releer estos cuentos de Onelio. O simplemente caminaba por la casa mirando la gotera que ya sería absurdo arreglar, las patas del sofá con su comején insaciable, la inútil libreta de los teléfonos que yacía en el escritorio del cuarto. A Alicia le tocó la delicada tarea de acompañarlo a que le diera la noticia a sus padres, que los recibieron con la misma alegría de todas las semanas sin sospechar que minutos más tarde se enfriaría en las tazas el café, mientras ellos oían la explicación hasta el final sin decir palabra. Le tocó respirar varias tardes enteras, en el oscuro apartamento de sus suegros en Santo Suárez, un ambiente saturado de impotencias y de frijoles negros. No quiero melodramas, había dicho él claramente y ahora Alicia lo ve tras el cristal y está convencida de haberlo hecho lo mejor que pudo, si puede no llamarse melodrama a aquellos lentos paseos por entre la mugre de las calles de Centro Habana, mirando él con repentino extrañamiento a las turbas de jóvenes forzudos eternamente sentados en las esquinas, el polvo de los derrumbes, las mujeres desparramando los pechos en los balcones para colgar sus sábanas blancas. Alicia pensaba entonces “Pero con qué te deleitas, si son las cosas que no has soportado nunca”, y tarareaba alguna canción ligera, y tropezaban, y sonreían, y llegaban los dos hasta el Malecón a sentarse un rato, a que Mauricio viera las olas por milésima vez desde que le dieron la noticia, a que contemplara de nuevo esa blanquísima espuma que cíclicamente se estrellaba en los arrecifes en su intento desesperado, infructuoso, de alcanzar los primeros edificios de la ciudad. Alicia sólo susurraba bien bajo "Ampáramelo, Yemayá, reina mía". Le tocó a ella sobrellevar las reuniones con los amigos, esos torpes retazos de fiestas que toda la noche intentaban no parecer despedidas, pero en las que la música estuvo más alta y muy poco se conversó, para no estar corriendo peligros inútiles y ya conocidos, para que la noche no volviera a ser como aquella en la que Javier, amante incurable de los momentos cúspide, se les acercó y dijo “No te preocupes, Mauricio, que a todos nos llega el momento. Nos vamos a ver del otro lado”. Fue aquella la única vez que Alicia rompió el pacto, la única pequeña rebelión contra tanta aplastante teoría sobre el verbo y tanto silencio: “Todo está aquí, Javier”. Varios chistes costó reconquistar la normalidad, pero luego de aquella noche nunca más, luego todo fue las caricias y el cálculo de las caricias para que no fueran más de las que hubiera de no estar pasando nada. Mauricio lo había dicho con claridad, había implorado severamente que no hicieran un melodrama de algo tan sencillo, y sin embargo ahora Alicia comprende, de golpe y con palabras, que lo de hoy ha sido un funeral con todas las de la ley, que no ha faltado el lento desfile fúnebre por la Avenida Boyeros, ni las lagrimitas, ni los apretones de manos, ni la familia congregada, que hubo incluso un pariente que no pudo resistir la tentación de pronunciar las ceremoniosas palabras finales, y luego le puso en las manos los últimos documentos y le indicó el mostrador donde, según sus averiguaciones, debía facturar el equipaje. Media hora después, Mauricio se despidió con una reverencia y atravesó la Puerta Blanca Definitiva, para los del lado de acá no quedó más que subir a otra planta para verlo a través el cristal. Alicia lo ve atravesar el último pasillo y voltearse para verlos a todos allá arriba, como si aún esperara alguna salvación. Lo ve pequeño y vulnerable debajo de una fila de banderas que anuncian con pompas el Inicio del Otro Mundo y se permite pronunciar en pensamientos, ahora sí puede, que Madrid es un lugar demasiado remoto. Las palabras, que son seres líquidos y densos, se le rebelan, se inquietan, se le agolpan en la garganta y ella casi pronuncia que, sencillamente, no puede imaginar a su Mauricio en una ciudad que ella no imagina. Mauricio termina el último saludo, agarra el maletín de mano y se pierde tras las banderas. Alicia lo ha hecho muy bien hasta ahora, o al menos hizo lo mejor que pudo. De vuelta a casa, la avenida Boyeros le pareció interminable.

Gustavo Sabas del Pino. La Habana, Cuba.
Graduado del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso, cursó Ciencias de la Computación en la Universidad de La Habana.
Ha resultado premiado en diversos certámenes literarios, entre los cuales destacan:

  • Mención del Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar, 2006, La Habana, Cuba.
  • Segundo Premio del II Concurso Internacional CRAPE de Cuentos, Salamanca, España, 2006
  • Ganador del XI Premio de Cuento La Gaceta de Cuba, 2004.
  • Ganador del Premio Calendario 2004 en el género Narrativa, La Habana, Cuba, 2004.
  • Ganador del Premio Editorial Letras Cubanas en el Concurso de Minicuentos El Dinosaurio, La Habana, Cuba, 2004
  • Finalista del Concurso de Relatos El Fungible, Madrid, España 2003.