César Vallejo (parte 1)

por Jorge Varas.

César Abraham Vallejo Mendoza nació en Santiago de Chuco, un pequeño pueblo de la Sierra Peruana, en el año 1892. Cuentan sus biógrafos que desde niño mostraba ya una inclinación especial hacia la abstracción poética, a pesar de las carencias económicas que rodeaban a su familia. Al niño aldeano le gustaba atisbar, en la soledad de la tarde, la lluvia que moja los campos serranos, los largos senderos que parecen encontrarse con el cielo; observando a su "Sierra de mi Perú / Perú del mundo / y Perú al pie del orbe..." (como diría luego en un poema) adhería su pequeño espíritu a la naturaleza y al sentir del Pueblo que lo vio nacer.

En 1910, tras cursar estudios primarios en su pueblo natal y los secundarios en Huamachuco, César decidió salir en busca de un horizonte más amplio para sus aspiraciones, tanto estudiantiles como poéticas. Así pues abandonó a su querida familia y se trasladó a la capital del departamento. En Trujillo, siendo ya un mozo de larga melena y mirada profunda -aunque sus ojos parecían estar impregnados por un vaho de tristeza-, mientras estudiaba Letras en la universidad se daba tiempo para ahondarse en el estudio de la Filosofía y de las Artes. Y pronto descubrió que éstas no son sino versiones parciales y estilizadas del Universo. Y que un estilo artístico puede ser libremente expresado por las técnicas de un creador.

El poeta estudiante, que con genial intuición escribía versos que le salían del fondo de su ser atormentado ya por la fragilidad de la condición humana, se fue forjando un arte literario propio, a partir del simple verbo y despojando a su expresión toda pizca de retórica. Él hablaba en primera persona, aunque sentía y amaba universalmente; hacía síntesis constructiva, acercaba y conectaba eslabones, descubría y acoplaba identidades; miraba a la naturaleza en su integridad, percibía la vida trémula y agitada, y analizaba al hombre en su destino convirtiéndose en cauce de humanidad.

En Trujillo, el poeta se unió a un grupo de jóvenes intelectuales, entre ellos Antenor Orrego (que haría el prólogo a la primera edición de Trilce, el segundo libro que publicaría Vallejo), Eulogio Garrido, Alcides Spelucín, Macedonio de la Torre, Federico Esquerre y Víctor Raúl Haya de la Torre futuro fundador del Partido Aprista Peruano. El Grupo Norte se reunía en torno a una mesa de café, o a la vista de apacibles paisajes norteños para recitar versos de Darío, Amado Nervo, Walt Whitman, Verlaine y de otros vates que describían con melódicas palabras, la expresión dulce del amor, la sonoridad eterna del mar y el entusiasmo encendido por la vida. Vallejo admiraba a Rubén Darío, su "padre celestial". Algunas veces, sus amigos le oían recitar, en voz alta, este trozo del vate nicaragüense: "Mis ojos espantosos han visto / tal ha sido mi triste suerte. / Cual la de Nuestro Señor Jesucristo / mi alma está triste hasta la muerte".

Pero estos paseos y veladas literarias eran sólo un consuelo para Vallejo, un humilde estudiante serrano que vivía sin ayuda económica de ningún tipo. La pobreza material rodeaba su existencia. Esta situación le hizo preguntarse en uno de sus poemas: "¿un simple pan no habrá ahora para mí?" En medio de sus agobiantes penurias escribió el poema Aldeana, de deleitoso ambiente rural, al que le siguieron otros que con el tiempo serán reconocidos como una aportación lírica de valor y significado decisivos. Por entonces él escribía poemas con notoria influencia modernista, con un lenguaje original que se resolvía en el tono coloquial y simple de la vida doméstica, pacificada por la figura de su madre, pero también en la crisis existencial: el sufrimiento del hombre en el mundo, el desgaste temporal, la muerte. Él mismo llegará a decir: "En suma no tengo para expresar mi vida sino mi muerte".

Vallejo poseía una vasta riqueza interior; era vital y superdotado intelectualmente; su pupila filosófica y sus reflexiones rozaban los senderos de la metafísica. Y con su lenguaje propio diría que estaba "corazonmente unido a mi esqueleto". Su poesía era auténtica, por su arraigo idiomático castellano. Podría decirse que Vallejo retorcía la lengua heredada de sus antepasados para interpretar a su peculiar modo la pobreza, la soledad y el dolor humanos. En su poema "La Cena Miserable" dice: "He almorzado solo ahora, y no he tenido / madre, ni súplica, ni sírvete, ni agua, / ni padre que, en el facundo ofertorio / de los choclos, pregunte para su tardanza / de imagen, por los broches mayores del sonido..." (Trilce)

Respecto al amor, el poeta, como cualquier hombre, vivió agradables momentos de felicidad pero también soportó fracasos. Se cuenta que él tenía una enamorada, Otilia, para quien escribía versos de amor intenso. Aunque luego sufrió el desengaño ingrato, que le hizo hundirse aún más en la soledad. Recordándola, escribió: "En el rincón aquel donde dormimos juntos / tantas noches, ahora me he sentado / a caminar. / La cuja de los novios difuntos / fue sacada, o tal vez qué habrá pasado / Has venido temprano a otros asuntos / y ya no estás. Es el rincón / donde a tu lado, leí una noche, / entre tus tiernos puntos / un cuento de Daudet. / Es el rincón amado. No lo equivoques/... En esta noche pluviosa, / ya lejos de ambos dos, salto de pronto.../ Son dos puertas abriéndose cerrándose / dos puertas que al viento van y vienen / sombra a sombra"