sin remitente
canción del todo
Ser un lugar común,
ser un punto de apoyo,
el eje cardinal de los encuentros,
esquina de la luz,
canción del todo.
Un espacio para ensayar ternuras,
una comarca para las alturas
más encendidas de tu corazón.
Y no negar la risa
ni mezquinar tibiezas,
ser la mano y la planta con su huella,
el rinconcito tenue del poema,
el pan y la palabra cada día.
Perseguir en la sombra nuevas luces,
perfilar el dolor como vivencia,
sin claudicar ni cerrarte la puerta,
aprender
a decirte que “ sí ”,
a proseguir
con la carga de todo lo vivido
y el silencio de todo lo cantado.
Ser un alma afin a la memoria
de aquellos que quieran ser escuchados,
pues la voz de los otros,
los callados
es también una voz
y pesa tanto.
Ser un frente común ante el fracaso,
una lámpara en cada noche fiera,
la escalera de todos los abismos
y la fuente de todos los abrazos.
Ser el alma,
la estancia más sentida del aplauso
el ala azul, el nido,
y serlo todo,
y ser ante la nada:
Uno mismo.
Sin remitente
Ya no tiene principio.
Ya no tiene final.
Es tan sólo el asombro,
el epílogo triste de este viaje,
otra esquina doblada en un pañuelo
que no fue de nadie.
Sin horizonte que le dibuje un cuando,
sin vértice ni sino
va la voz a encallarse
con todo el espacio
mezquino y cruel
que derriba el silencio
sobre las arenas y los precipicios
de toda la mar.
Carta del ayer
con sus cartógrafos rotos de aullar
a la luna presagios,
locos de alucinar alturas intangibles,
honduras imposibles.
El dorado que sólo
visitarás en sueños,
cuando habrá que soñar la carabela,
la santa, la niña, la descolorida
sin mástil ni brida, sin huella
en tu desvarío.
Palabra por palabra
llega sin remitente
al dorso del asombro,
de la nada,
sucumbe este manojo de emociones,
claudica con sus astros
de horóscopos tardíos en sus constelaciones
de azulino bestiario.
Anónima canción de hondamar,
un pañuelo es mi voz llorando el verso
que no pudo cantar
cuando era tiempo de vendimia y trino,
cuando la bitácora del sueño
inventábale un vals a la distancia.
Sin astrolabio, brújula,
ni el mágico soplo
de vida en sus corceles encontrados,
esta carta me brota de repente
como un duende de amor y de locura,
sin lacre ni sellado,
sin fecha ni atadura,
amor, sin remitente.
insomnio
Acudir a la cita donde nadie
espera mariposas en tus ojos.
Pasa la noche como una carroza
de tiempos y vigilia.
Y , rebelde, maldigo la hora
que entibia en mi almohada
el sollozo vibrátil de mi pena
al pie del unicornio
que no es azul y no se me ha perdido,
ni es acaso el cándido poema
de su cornamenta
henchida de luz.
Es tan sólo el insomnio,
me digo y me maldigo,
y la macanche sombra ensaya sus chinescas
figuras contra el miedo
que enfría los ijares de mi fe.
Enguayancho presagios,
me hago con la espada
horadando la roca,
y el anillo de Frodo
resbala por mis dedos
viejos de golpear este teclado
voraz de mi secreto,
insensible a la noche
donde se me ha roto
un pedazo de trino de acordeón.
Y es plenamente insomnio
todo lo que yo soy.
SIN DOCUMENTOS
Sin otro documento
que mi piel en ascuas,
hago la travesía de mi tiempo,
acodo al monte de los imposibles
mi oración más dolida
y mi sombra mejor.
Sin otro calendario
que mis ojos de luto
entreabiertos hacia un nuevo mundo,
curvados de cansancio,
persiguiendo un faro
en alta mar, que sólo yo
siento y espero,
auguro su existencia,
presagio su valor
en esta sorda noche de andar lejos.
Sin más memoria escrita
que mi carne
enrojecida al vuelo de las aves,
estremecida al canto de sirena,
¡ y aún viva !
Es mi mejor manera de cantar,
de advertir que mi río intransitable
arrastra los rumores de los tiempos
de nuestro amanecer,
con todo lo que fui,
y todo lo que soy.
Sin otro documento.
sin otro pasaporte,
visado ni permiso
que mi paso
abriéndose a su paso
a donde sea, a donde
no cueste tanta vida respirar,
ni cueste tanta sangre, caminar
sin otro documento
que mi piel en alto,
que mi piel a voces,
que mi piel en llamas.
SIERPE
Ya no te busco, sierpe,
conozco tu veneno,
la hora de morder carne y simiente,
tu hechizo de partir en bacanales
precipitando todo lo que late
hacia la muerte.
No persigue mi planta tu siseo,
ni las escamas que me propiciaron
el rencoroso grito de escozor.
Alzas en campanarios tu condena,
giras en manecillas la porfía
de tocarme a la hora de sentir
que no basta mi carne, ni mi peso,
ni la voz, ni el delirio, ni la risa
para deshacerte en humo, viento, niebla.
Sé que te bautizaron
en la pila, en la pira
de un túmulo holocausto.
Sé que te llaman tiempo,
y yo te invoco sierpe,
¿ desde cuando ?
¡ desde siempre !
RENUNCIANDO
He renunciado ayer al vientre plano,
a vestirme de novia en una entrega,
al susurro del norte, a la guitarra
envuelta en mi sonrisa de papel.
He renunciado al poético abrazo
de mi amigo Jose María Gahona
con su sonrisa de arenal y sombra;
algarrobo nomás para embarcarse
en la copa servida de nostalgia.
Y renuncié también a la marea
que se llevaba el sol en moridumbre,
al canto de mi madre, a la merienda
de su mano infinita, cada tarde.
He renunciado a mis veinte años,
al hijo que fue niño sólo ayer,
a los hermamos creciendo a mi vera,
desparramando tanta humanidad
y tanta primavera.
Pero ya no renuncio a mi palabra,
a mi color marrón canela y tibio
a la trenza que ayer me circundaba
de infinito.
Pero nunca me renuncié a mí misma
a tejerme desde adentro la risa,
a saborear colores con las manos,
a caminar a tientas desengaños.
A gritar cuando me aprieta la furia,
a llorar cuando me inunda el río
inapacible de la soledad,
a besar cuando me pesa en la boca
tanto amor para dar.
Nunca renunciaré al bien amado
compañero que me costara un mundo,
a su voz y su risa, al abrazo
que me inunda de vida, y me ayuda
a continuar a ciegas, renunciando.
Soy dueña de una nube
Soy dueña de una nube
que me habita pinceladas de agua fresca,
que me llora, que me ríe
que me llueve mil tormentas
que me viste de arcoris
y me inventa
cada cielo con su luna y sus estrellas.
Soy dueña y señora sin remedio
de un duende a quien le tejo calcetines
llenos de caramelos
y pedidos para el cielo
que sostiene nuestro encuentro.
Y, alguna vez, a veces
poseo yo también un firmamento
pleno de luces
ahíto de resplandores
colmando las alforjas de mis sueños.
Palomas y gorriones :
yo, la pobre mercante de palabras
viajera de los caminos azules,
esta noche de garúas y trino,
cincelada en escarcha,
soy dueña de una nube.
la ligadura que te legaliza el pie
Soy un pasaporte nuevo
recién acontecido,
con mi sello de agua
y un visado sin fecha por vencer
tatuándole su carne de papel,
papel, papel.
Papel enrojecido y lento
buscando un nombre,
un dueño,
un universo,
aduanas invisibles,
fronteras de ceniza y rifle,
fraguado a media tinta
entre las embajadas y el infierno.
Soy tu número de la suerte,
el gordo sonriente, tu destino,
la llave del futuro, el intercambio,
el traslado más fiero
de todas las miserias
a la nueva esclavitud.
Yo soy un documento,
los papeles que te nombran el hambre,
la ligadura que te legaliza el pie,
la sombra que te persigue en la luz.
La faz agradecida de tu ruta,
la maleta llenita de recuerdos,
las alforjas vacías de ternuras,
el norte sin la brújula,
tu destino lo más lejos de ti.
¿Un acontecimiento?
¿El perfecto tratado con la suerte?
¿la lotería cruel del universo?
¿la hipoteca sin liquidez ni aval?
¿la fe del ciudadano, la perversa
porfía de la vida, por la muerte?
Sólo soy un pasaporte viejo
mil y una vez visado en las fronteras,
cien y una vez pagado con tu sangre,
tu sudor y el cansancio
de ser por siempre sólo un extranjero
con papeles para endosar a plazos.
Y yo te busco dueño de mi nombre,
víctima de ti mismo
para embarcarnos juntos,
para perdernos solos por el mundo;
serás mi padre, mi madre,
mi hermano,
el hijo que amamante la distancia,
aquel amigo huérfano de ti.
Soy un pasaporte
y mucho más que eso:
soy la ruta, la trampa,
la simple paradoja
del universo a solas,
la embarcación, el todo
jugándote a la nada.
Por mí te beberás a chorro el fuego,
pagarás cada luna son tus ansias,
cada gota de sangre, cada sueño
a cuenta de lo irremediablemente lejos
que estás y no lo sabes.
paraíso a solas
Tuve también mis dioses
de arcillas y totoras,
alfareros del alba,
la chicha y el pututo.
Creían, a la vez, en otros dioses,
de cabelleras rubias,
mirada transparente,
en crines del espanto,
relincho de la muerte,
el acero ,
la palabra.
Temían su llegada,
ansiaban confundirse con su sangre,
amar lo inexplicable,
beber hasta embriagarse
de leyenda y furor:
y su fe les perdió.
Ahora son despojos de otro sueño
que olvidó mi vigilia pertinaz.
Hoy viven y se olvidan,
hoy mueren y se pierden,
se van haciendo viejos,
postergo sus reliquias,
las arrojo al silencio
y todo lo devora
el tiempo, dios mayor.
Tuve mi madre tierra
con su barriga inmensa,
llenita de otros cholos,
azúcar y maíz.
Se prodigaba toda
al pie de la marea
besándole a destiempo
los pechos con sus olas.
Mis paraíso a solas,
mi purgatorio a gritos,
y la oración más honda
de mi acento
horadando la luz del infinito
dentro de la sombra misma,
buscando el vano cielo
en otro cielo.
Tuve mis santos locos
y mis mártires ebrios de guarapo,
desnucados al filo del edén.
Tuve también mis dioses,
arcángeles, querubes,
perfumados de alas,
inciensos y cascadas
de misterio.
Eran divinidades
y guerreros bravíos,
devoraban la lumbre,
traficaban la vida
desafiaban la muerte.
Mas, todo lo que tuve
como fe primigenia,
como surco y estrella,
hoy ya no me sostiene.
Tuve mi estampita rota,
mi altar y su muralla
y todas esas cosas
que de nada me sirven
para andar.
Hoy sólo tengo el canto
de la lluvia en mis ojos,
el acero candente
y la frágil palabra
de otra fe y otra muerte
que no me dicen nada.