DESENCUENTRO

DESENCUENTRO

Sé de la gran mujer que corta el trigo

con la hoz de su trenza

y cabalga las noches junto al duende

que quiso ser su amante

y tan sólo es su amigo.

He salido a buscarla

como quien busca un tesoro encerrado

en la esperanza baladí de un mapa,

en un cuero de sierpe

o una vieja campana.

He de tropezarme un día

con su sandalia cansada y sublime,

para hablar de la tierra y de los hijos,

del poema y la muerte, del misterio

de ser ella y ser yo.

Necesito pacer junto a su estrella,

amasar bajo el claro de la luna

bizcochos de la tierra

donde vientos extraños

me traen la tonada del destierro.

Necesito saber cuál es su nombre,

de qué arcillas están hechas sus manos,

qué violines vibran en su garganta

y qué látigo fiero

conjura con la muerte un desencuentro.

Qué orillas, cumbres y precipicios,

hizo a pié por la vida.

 

Qué sol de cada sino

arrancó de sus manos

la juventud y la dejó desnuda,

como una caracola sin su mar.

Hace más de cincuenta hojarascas

que la vengo soñando junto al río

donde asoma a las ubres de su altura

para cantar los besos y las penas.

Sé de aquella mujer que fue mi abuela,

mis dos abuelas rotas en su muerte,

las pajaritas vivas en mis ojos

junto a todas aquellas

que no pudieron detener a tiempo

el golpe y la cizaña,

el grito y la metralla.

Por esa gran mujer,

por todas ellas

cantaré hasta quedarme sin palabras,

caminaré hasta enterrar mis pies

en las arenas crueles de la nada,

en la fosa común de los olvidos.

Desde la cuna vengo

siguiendo por su huella mi propia enredadera

donde me voy perdiendo en cada sed

y el cante que a escondidas me susurra

la luna, cuando sale a recorrer

la tierra toda, en pos de la mujer

que sueño desde mi primer quejido

a la lumbre postrera que encandila mis ojos

y persiste en sus ecos un adiós.

30.8.10