“La Dicha de por sí” o la sensación de estar frente a un muro infranqueable

por Carlos Campos Vásquez.

Fuerza creadora o razón incontrolable. “La Dicha de por sí” de nuestro amigo el poeta José López Coronado tiene suficientes motivos para la reflexión. En una edición personal gracias a Ediciones Malla del Grupo Umbral, sale a luz en 1994 para traslucir el bronce humano, los dominios del poeta y ubicarse en el limbo del arte y la vida real. Rotos los espacios al vate sólo le queda resignarse ante su creación para evitar fenecer, como el escultor Baltasar de Gavilán frente a su obra, pues sabe que es una batalla perdida sin haberla luchado. El amor.

    Las razones puntuales que lo motivaron para escribir con tanta intensidad sólo él lo sabe. Pero podemos descifrarlas una a una sumergidos en el tráfago de la lectura. Conocido es que la poesía es profunda e intensa por materia prima, verbigracia la romántica. Sin embargo, cada poema es una historia nueva y aparte. Y sólo escriben poemas de amor quienes están enamorados. Para el poeta crear es una forma de crucificarse, pero también una suerte de vivir, de redimirse, de dejar de pertenecerse por el sentido comunitario del arte.  

    El amor no es un pretexto para escribir ni un embustero sucedáneo, es la razón en sí del creador. El amor como categoría, herramienta o política no requiere de universalización, hecho tácito que entendemos porque es infinito por vitalidad sui géneris y mancomunado por principio. Justamente la trama de José López Coronado es la inconmensurabilidad de un silencio que lo vivifica, que lo mantiene expectante, para que posteriormente, cuando quebrado dicho silencio que era el puente entre la amada y el autor, sean las palabras escritas y la obligación de vivir a hurtadillas, los motivos para crear la ausencia y aferrarse a ella.

    Por eso la poesía de Beto tiene lo que pocos escritores han logrado: la química exacta. Sin apelar a la manida costumbre de hacerse “reconocer”  por los hipocritones que manejan la “crítica” en los diarios para sus amigos y la consabida indiferencia de la nomenclatura “intelectual” capitalina, “La dicha de por sí” tiene peso propio y peso en oro. Escrito como todo buen libro, con lenguaje sencillo, pero pulcro en la expresión y técnicamente perfecto. Gracias a ello el poeta asciende y cae sin sufrir el mínimo rasguño, se difumina y luego compacta para finalmente escoger el instante preciso para sucumbir sin que la unidad y el orden cronológico (está escrito día a día respetando la secuencia de los acontecimientos que vivió) se vean el más mínimo segmentados.

    Pero el amor es magnánimo y a la vez escrupuloso, el poeta lacta de su vertiente y, como es evidente, también puede señalar el derrotero, diseñar la arquitectura del poema. Pero es el amor quien impone sus condiciones, los tiempos necesarios para retroalimentarse, la profundidad de la pasión, la dimensión de la herida; es decir, convierte al creador en su producto rompiendo todo razonamiento lógico, casi un impromptu surrealista.  Esta aparente contradicción no es más que el equilibrio exacto que ha logrado articulando con maestría técnica y motivo.

    Existen evidentemente en el poemario dos etapas imperceptiblemente diferenciadas, pues son casi invisibles al lector. La primera es hasta el poema 5 donde nuestro poeta fundamenta su pasión callada, las imágenes, las sospechas, las censuras, el temor que convierten a su afán en un imposible. Fuego que no sólo abrasa, sino que puede destruir con su furor. En esta etapa la negación es su razón primordial. Motivación y táctica giran en torno al tiempo que, como siempre, juega en contra de ellos.

    Mientras en la primera parte Beto se inflama, lava que busca ser expelida, en la segunda la motivación puntual cambia y también la táctica. Aquí ya no hay amor imposible, ahora es un amor que se plasma pero está imposibilitado por los rudimentos de una sociedad decimonónica, censurado y con un gran riesgo de convertirse en una bola de nieve a punto de arrasar con todo. Este trayecto dialéctico es muy interesante pues las razones que antes justificaban su entusiasmo, ahora son precisamente las razones que lo prohíben.  

    Otra característica importante es que nunca pierde su ubicación en el entorno social. Parte de la realidad, se diluye entre quimeras y retorna límpido nuevamente para demostrar que es un hombre en un espacio y tiempo definidos, en lucha de clases.

    El acto sexual no está ajeno ni subyacente, lo expresa no como un hecho meramente erótico, al contrario, apelando al ingenio lo convierte en un recurso para perennizarse. Además, acá es en donde transita a campo traviesa, ya que la intención del poeta no siempre puede verse reflejada en una adecuada interpretación. Banalizar el  contenido es un riesgo latente.

    En la parte final nuestro poeta sólo mantiene la misma sensación de estar frente a un muro infranqueable y con alas ausentes. A pesar de esa chispa de fuego que se encendió una noche e incendió sus cuerpos, el peso de lo imposible los ausenta y los convierte en amantes a esquivadillas, como son los grandes amores pasionales y peregrinos.

    José López Coronado ha logrado de esta manera la unidad, la solvencia y la estética necesarias. Con un lenguaje transparente ensambla su creación con la clara intención de eternizarla y evitar el naufragio juntos. Porque sólo él sabe la tesis, antítesis y síntesis de un amor que pareciendo rompiera las leyes de la dialéctica, las cumple rigurosamente.  

Chiclayo, febrero de 2007.


Carlos Campos Vásquez
  (poeta peruano)