ninguna como la mía
ninguna como la mía
“Todos tienen una madre,
ninguna como la mía”
Leo Dan.
Porque todos tenemos una madre. Porque todos la tuvimos una vez. De lejos o de cerca, la llevamos en la risa y la mirada ausente en los espejos que nos devuelven su vivo retrato.
“ tal vez es de mi madre
la frase cariñosa
que llega hasta mi choza
cual eco arrullador “
A pesar de la muerte y la misma distancia ensordeciendo nuestro canto por los vientos de tierras extrañas a su abrazo, a sus besos. A pesar de nuestra propia ingratitud, la sentimos palpitar en las canciones hondas del recuerdo:
“ pinta el ama
de mi madre
con todita su bondad “
Es por eso que en mi loco ir y venir de inmigrante pluriempleada en una ciudad que sólo tiene sitio para sí misma. Entre tiradas del tarot de mis antepasados, tipeos por encargo, grabaciones de discos pirata, y otras tantas inutilidades; una de mis perlas almidonadas es el ir a cantar en las fiestas de cumpleaños de mis paisanos. Con el disco de pistas y el micrófono en el bolso, suelo hacerles reír y llorar con los valses dorados de la tierra, los boleros amargos del recuerdo y los pasillos húmedos de dolernos la soledad del alma. Así, poquito a poco, me voy haciendo espacio en este mundo. Me nombran los compatriotas en sus tertulias y me llaman a voces para que les cante los valsecitos del ayer, las nubes negras y los todos vuelven.
“ que es santo el amor de la tierra
que triste es la ausencia
que deja el ayer ”
La primera vez fue cuando mi amiga Dina Palacios, que también se gana sus pelas animando fiestas infantiles, con su rostro pintado de clown chola, me pidió que fuera a cantar a un cumpleaños. Así conocí a Edita Becerra y la cumplimentada, doña Hermelinda, nombre de vals criollo.
“ Para calmar la duda
que tormentosa crece
acuérdate Hermelinda,
acuérdate de mí...”
Aquel sábado por la tarde le fui a cantar mi repertorio tímido. Poco a poco noté que el calorcillo de la confianza se depositaba en mi alma. Los aplausos se mezclaron con el pisco sour y el cabrito a la norteña. Y hasta les hice llorar cuando canté tanto recuerdo de nuestra tierra distante.
Así fue como me convertí en la cantadora oficial de nuestras penas, cada cumpleaños feliz. Pero hay algo que me late y me relate en la mente. Será casualidad, coincidencia, o putada del destino: Cada vez que voy a cantar a las fiestas de cumpleaños; al poco tiempo se nos muere el onomasticado. Estira la pata por mi voz pequeña. Es como si le condenaran a una muerte próxima mis canciones de lejos, las de siempre. Y yo que voy tan sanamente a ganarme un dinerito con mi canto. Dinerito que me cae cada vez que interpreto cinco valses, dos pasillos, dos huaynos y un bolero, me viene de perlas. Por eso no me niego a cantar, ni digo nada. Canto y bailo, como y bebo, como buena criolla. Pero dentro de mi pecho hay un temor latente: que esta vez me vuelva a cargar al dueño del cumpleaños.
Y es que casi todos los agasajados son ancianos esperando la barca de Caronte. Y con lo poco que les queda de vidita loca, no es para tanto creer que yo les mate a cancionazos. Sólo me he negado rotundamente en dos ocasiones: Para el cumple de mi amiga Flor y el de su madre, doña Rebeca, con el bonito vals que me saldría:
“ ay Rebeca
yo muero por ti...
lejos de ti
me encuentro abatido,
tú recordarás el amor prometido...”
Vaya a darse la terrible circunstancia de que se me mueran las cristianas, y con lo buenas que son. Cada vez siento más miedos de mi voz llamadora de la muerte. Hace un par de semanas le canté al viejito Blasco Juárez, de mi pueblo. Con la canción de Piero le hice moquear del gusto de cumplir 92 años y tener gente que lo cuide y lo quiera todavía. Ayer le dieron cristiana sepultura. Fui al velorio porque sus hijas son mis conocidas, pero noté un gesto torcido en una de ellas. Parece que reconoció en mí a la comadre de la Parca, a la cantante nefasta, la malagüero, la mata viejos.
Pienso en retirarme pronto del negocio del canto por encargo. Pero el dinero siempre hace falta en mis bolsillos. Sólo un par de contratitas más y a lo mejor me voy al cementerio en día de muertos, para cantarles a los ya difuntos, una canción de lejanía y pena:
“ Yo te pido guardián
que cuando muera,
borres los rastros de mi humilde fosa.
No permitas que nazca enredadera
ni que coloquen funerarias lozas”
Tal vez sus familiares, deudos doloroso, me paguen por cantarles un nadie es eterno en el mundo , envuelto en flores e incienso, o los valsecitos de la vieja guardia.
“ Es por eso guardián yo te lo pido
que sobre mi tumba no permitas nada”
Pero es que tengo una curiosidad silbando a mis orejas. Un por si acaso. Todos tienen una madre, ninguna como la mía, banda sonora de nuestra infancia con un Leo Dan andino desangrándose de amor por su progenitora. Todos tienen una madre, ninguna como la de cada cual. Y mi suegra es única e irrepetible. Ya se nos acaba el año. Noviembre está tocando los portones del invierno. Y pronto cumplirá ochenta frescos years old. Y es irresistible la tentación de darle un homenaje bien merecido, por cinco primaveras a su lado. Espero impaciente el día de su cumpleaños. Iré a su casa con mi disco de pistas y el micrófono en alto, para darle dos besos y un abrazo . Y cantarle unas cuantas canciones del ayer.
Porque, suegra...
... ninguna como la mía.