CANELA

CANELA

Canela viaja en la noche. Va a bailar, a soltar la pesadez de una semana de trabajo. Va en un asiento del furgón del Metro, un asiento donde dejarse caer y descansar. El tren se mueve con rapidez y los pasajeros lucen cara de fiesta y de cansancio; cóctel sabatino que la embriaga con sus estridencias y la promesa de olvidar por qué está aquí, tan lejos de la tierra, de sí misma.

De pronto, siente la mirada de unos ojos negros, árabes, profundos. Canela se perturba, estira la falda corta sobre las botas negras. La energía de aquella mirada es inquietante, el hombre no deja de mirarla. Se dice:

_No está mal. ¡Qué ojazos!

Intenta desviar el interés que le inspira aquel desconocido, disimula y, cuando el hombre se distrae, Canela le mira con curiosidad: Joven, guapo, moreno, extranjero como ella. De pronto, descubre una mochila oscura entre sus pies. Se sobresalta, el corazón le da un vuelco al evocar los atentados perpetrados últimamente.

Canela se asusta al recordar aquel cuento que leyera hace unos años en casa de la poeta Luz Arrese: "Una mujer viaja en el bus. Un hombre la mira intensamente y al bajar le hace señas para que le siga, desde la acera insiste, ella le dice que no. De pronto, suena una tremenda explosión y estalla el autobús, con la última negativa de su vida".

Aquel cuento la impresionó tanto, pues corrían tiempos duros y su tierra se bañaba en sangre contínuamente. Canela revive la inquietud que la obligó a emigrar.

Se inquieta, faltan cinco paradas para llegar a la plaza Urquinaona. Imagina que dentro de la mochila hay una bomba. Teme por su vida, el hombre no deja de mirarla, le hace una mueca parecida a una sonrisa. Canela ya no piensa en lo atractivo que es, ahora sólo tiene miedo, un medio irracional que la empuja a bajarse en la próxima parada, aunque tenga que zapatearse los tramos que le faltan, con aquellas botas altas y todo el cansancio acumulado en una semana de trajines sin piedad. Ahora sólo desea huir de aquella pesadilla.

Cuando llega a la superficie, da un suspiro, se pone la mano al pecho y se ríe de sí misma, de sus miedos tontos y de haber burlado a la mala hora una vez más.

Pero la risa le dura poco. Junto a ella, el hombre de los ojos negros le dice con acento lejano:

_¡Yashmina!. ¿Qué haces vestida así?. Pareces una puta.

Canela recobra el aliento y le despacha:

_ ¿Qué te pasa?. ¿Con quién me has confundido?. ¿Estás cojudo?

El joven la mira intensamente y repite:

_¡Yashmina, yo te quiero todavía y hora ya tengo papeles. Podremos casarnos!

_Que me llamo Canela._ Replica.

_ No soy Jashmina, mírame bien. ¿Nunca te han mandado a la mierda a las diez de la noche? Le dice burlona.

Y sin que pudiera evitarlo, el hombre la sujeta entre sus brazos y le da un interminable beso que sabe a distancia, a especies y a mil cosas desconocidas. Le tiemblan las piernas y su cuerpo se deja llevar por el embrujo del momento.

Él se aparta, termina el beso, desata el abrazo, la deja tambaleante. Luego dice decepcionado:

_¡Tú no eres mi Yashmina!

Canela le responde con un susurro.

_Y tú ¿No eres el de la mochila?

¡Hostia, la mochila!_ Dice él llevándose una mano a la cabeza. Echa a correr escaleras abajo del Metro del Arco del Triunfo y se pierde entre la multitud del sábado por la noche, dejándola llenita de estrellas, eternizada en aquel beso distinto por distante.

Canela queda al borde de la gran boca del Metro extasiada, perturbada, húmeda de luz de luna. ¡Enamorada!.

mariana llano 6.5.2010.